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La Nación: \"Así, la universidad pública no sirve\"

Lo sostiene Pitte, presidente de la Sorbona

17 de noviembre de 2004, 11:50.

PARIS.– A cinco años por mandato, Jean-Robert Pitte debería ser el presidente número 150 de la Universidad de la Sorbona. Pero, probablemente, eso sea falso. La verdad es que desde 1254, cuando fue fundada por Robert de Sorbon, chambelán del rey San Luis, ningún historiador se puso a contar cuántos fueron los hombres que dirigieron la Universidad de Filosofía y Letras más prestigiosa del mundo.

En 750 años de vida, además de su excelencia académica, la Sorbona ha sido escenario y protagonista de todas las luchas teológicas, políticas y sociales de la historia del Occidente cristiano.

Creada para enseñar teología a unas decenas de estudiantes pobres en un exiguo espacio sobre la orilla izquierda del Sena, la Sorbona cuenta hoy con 26.000 alumnos e investigadores llegados de todo el globo y con mil profesores, que imparten clases en todas las disciplinas de las ciencias humanas.

Su actual presidente, Jean-Robert Pitte es geógrafo. Se trata de un apasionado estudioso que se prepara a publicar una extensa \"Geografía del vino\" y que viajará próximamente a Mendoza en el marco de sus investigaciones.

A la cabeza de la Sorbona, Pitte tiene entre sus antecesores al mismísimo cardenal Richelieu, quien en 1622 hizo construir una capilla, en la que actualmente se conservan sus restos, y que pagó de su bolsillo la primera gran reestructuración de ese noble edificio ubicado en el corazón del Barrio Latino. El nombre de ese sector de París proviene del uso del latín, idioma en que hablaban estudiantes y profesores.

La Sorbona alcanzó el cenit de su celebridad entre 1800 y 1900. Y fue sólo a fines del siglo XIX cuando las mujeres hicieron su aparición en los claustros. El aura de Marie Curie haría el resto.

Hoy la Sorbona padece los mismos problemas que todas las universidades públicas y gratuitas del planeta: falta de medios, superpoblación, deserción masiva en los primeros años de estudios. Jean-Robert Pitte ha dedicado treinta años de su vida a reflexionar sobre el futuro de esa venerable institución.

-¿Cómo se llega a ser presidente de la Sorbona?

-En el sistema francés hay que ser elegido por la mayoría absoluta de tres consejos: universidad, administración pública y consejo científico. Se trata de 120 personas. Y aquí estoy, por cinco años. La Sorbona tiene enormes dificultades, pero también una suerte extraordinaria, un potencial formidable, y yo trato de hacer vivir ese potencial.

-¿Cuáles son las principales obligaciones de un presidente de la Sorbona?

-Son tanto administrativas como políticas. Hay muchas funciones administrativas y financieras en las que me ayudan un secretario general y un agente contable. Después tengo una función política que es la de hacer trabajar juntas a personas que con frecuencia están muy divididas en los planos sindical o político, o en el nivel disciplinario. Gente que es muy inteligente y, en consecuencia, muy individualista. Lo que une a todo el mundo en una casa como la Sorbona es el individualismo.

-Usted debe de ser, entonces, un buen diplomático...

-No lo sé. Yo soy consciente de que no haré una revolución, pero me esfuerzo en hacer evolucionar un poco las mentalidades. Estoy tratando de que los profesores y los investigadores se den cuenta de la suerte que tienen de poder escoger libremente el tema de investigación y de enseñar lo que quieren. Algo bastante inaudito en otras universidades. Procuro que los estudiantes vean que tienen la suerte de contar con excelentes profesores en una universidad francesa que es gratuita y no selectiva. Característica que, por otro lado, es dramáticamente contradictoria. Yo quisiera, además, mostrarle a la sociedad francesa nuestra utilidad. Demostrar que la Sorbona no es solamente una cocotte de la república, que gasta dinero para hacer vivir el latín y el griego. Creo que podemos servir para muchas otras cosas, como, por ejemplo, para llevar a cabo una auténtica reflexión sobre la modernización de nuestra sociedad y de la sociedad mundial.

-En 750 años de existencia, la Sorbona vivió infinitos y profundos cambios. Los últimos se produjeron después de la revuelta estudiantil de mayo de 1968. ¿Qué fue lo que cambió entonces?

-Mucho. Por ejemplo, las relaciones entre profesores y estudiantes son ahora más libres y más simpáticas. El \"mandarinato\" ejercido por los grandes profesores, especie de dioses intocables, disminuyó sensiblemente, aunque con el tiempo volvió a aparecer con nuevas formas. La autonomía de las universidades, por el contrario, fue para mí una falsa autonomía. Hoy, 80% de mi presupuesto depende directamente del Estado, porque una universidad literaria, como la nuestra, no tiene ingresos de ningún otro tipo, ningún contrato exterior. La razón es simple: los estudiantes no pasan por ningún proceso de selección y nuestros diplomas, sobre todo de primer ciclo, hasta la licencia, no tienen demasiado valor. Con esto quiero decir que la realidad de la Sorbona no está para nada de acuerdo con su imagen. Una imagen mágica que, en verdad, no comienza a ser real hasta que se llega a la maestría, es decir, al tercer ciclo universitario.

-¿Usted sugiere que la Sorbona es una universidad de segunda categoría en el sistema universitario francés?

-Me refiero únicamente al primer ciclo. En el sistema francés, los estudiantes son seleccionados a partir del bachillerato. Los mejores van a lo que llamamos \"preparatorias\" (para ingresar en las facultades de excelencia), hacia carreras técnicas o hacia universidades privadas. Nosotros recuperamos a los que quedan. En otras palabras: terminamos haciendo una selección a partir del fracaso. Y esto me parece absolutamente antidemocrático. Volviendo a Mayo del 68, uno de sus efectos perversos fue que, bajo apariencias de democratización, terminó reforzando el sistema de selección que existía y que, en realidad, favorece a los hijos de la burguesía, a los hijos de gente educada, con estudios, con puestos importantes y bibliotecas en sus casas. Dado su sistema actual de aceptación masiva, la Sorbona no está en condiciones de dar la posibilidad de hacer estudios correctos a los hijos de la gente simple o pobre.

-Pero esto quizá no fue por culpa de lo ocurrido en Mayo del 68, sino de los sucesivos gobiernos, que cambiaron para que nada cambiara...

-Es verdad. Ningún gobierno, de derecha o de izquierda, hizo nada por temor a que la universidad entera se lanzara a las calles a manifestarse. Hay que tener coraje para tocar algo del sistema educativo. Ese es el sector más conservador de la sociedad.

-¿Cuáles son los cambios que deberían hacerse?

-Habría que aplicar un sistema de selección para ingresar. Es imposible seguir recibiendo indiscriminadamente a todo el mundo. El resultado es que la mayoría de los jóvenes jamás pasan del primer ciclo. Esto cuesta inútilmente fortunas al Estado. El problema no es que esta situación no le sirva a la universidad: no le sirve a la sociedad. De esta manera estamos poniendo en la calle a decenas de miles de jóvenes con un año o dos de estudios literarios que, con mucha suerte, sólo han aprendido el gusto por la lectura o un cierto sistema de aprendizaje. Nada más. La segunda modificación importante debería ser el fin del sistema de gratuidad absoluta.

-Pero los alumnos pagan un derecho de inscripción a la Sorbona...

-De 150 dólares... Eso no es nada comparado con los gastos de una universidad como esta o como cualquier otra. Tenemos aquí 26.000 alumnos, mil profesores, cuatrocientos administrativos y un presupuesto anual de cien millones de dólares, de los cuales el cincuenta por ciento corresponde a salarios. Los derechos de inscripción representan apenas cinco por ciento de esa cifra. Las dificultades que tenemos para hacer funcionar normalmente un establecimiento en esas condiciones son enormes. Por eso uno sonríe cuando escucha comparaciones absurdas, como \"la Sorbona debería hacer como Harvard o Princeton...\" La enorme diferencia entre nosotros y todas las universidades estadounidenses es la gratuidad. Una gratuidad universal, pues se aplica tanto a estudiantes franceses como extranjeros. En Estados Unidos, cada alumno debe pagar unos 27.500 dólares por año universitario.

-¿Cuáles podrían ser otras modificaciones interesantes que permitieran sacar a la universidad pública de la situación en la que se encuentra?

-Hay actualmente una cantidad de buenas ideas en circulación. Por ejemplo, generalizar la formación continua. Ese es un sector que tendrá en nuestro país un desarrollo exponencial. Con las nuevas leyes, cada cual tendrá un crédito para formación continua, pagado por su empresa. Esto es formidable. Es necesario que los jóvenes -y, sobre todo, los padres- comprendan que no es imprescindible hacer estudios largos desde el comienzo. Naturalmente, si alguien quiere ser médico tendrá que hacerlos. Pero si un joven no se siente apasionado por los estudios, no tiene por qué esforzarse. Hay que entrar primero en la vida activa e ir formándose a todo lo largo de la existencia, progresando en ese camino en la medida en que uno tiene ganas. Veo aquí estudiantes que retoman sus estudios 25 años después de haberlos dejado. Tengo dos alumnos, por ejemplo, que hicieron seis años en el ejército después del servicio militar; ahora tienen más de 30 años y han regresado a la universidad. Su motivación es absolutamente extraordinaria. Es gente que ha pasado muchos años en la vida activa y ha llegado a una madurez que le permite tener ganas de leer, de comprender y de aprender... Como usted ve, estoy hablando de un cambio en la naturaleza misma de la forma de aprender.

-Alejémonos del primer ciclo universitario y hablemos de la situación de aquellos que llegan al tercer ciclo: maestría o doctorado.

-Allí es donde la Sorbona sigue siendo una de las mejores universidades del mundo. La calidad y la formación de sus investigadores en humanidades es célebre en el mundo entero y estamos orgullosos de ello. En literatura, historia, geografía, filosofía, lenguas, la Sorbona alcanza niveles envidiados en todas partes. Esa es nuestra razón de ser. Pero yo no puedo conformarme con la excelencia de aquellos que han tenido la posibilidad de llegar a esos niveles por el simple hecho de pertenecer a una determinada clase social. En 30 años de ejercicio, jamás he dirigido una maestría de un joven originario de la inmigración árabe. Esto es un elitismo inaceptable, que tiene que cambiar.

-En la Edad Media, la Sorbona aplicaba un extraordinario sistema de aprendizaje, basado en el debate, mediante el cual los alumnos aprendían a defender sus ideas. ¿Por qué lo abandonaron?

-Fue abandonado por causa del gran número de estudiantes que comenzó a afluir a la universidad con el tiempo. Ese sistema es similar al de los seminarios actuales. La Sorbona vuelve a utilizarlo, pero únicamente para los niveles superiores de la carrera. Imposible hacerlo en los primeros ciclos.

-Otras críticas se refieren al material de estudios disponible: poco acceso a los libros en las bibliotecas, insuficiente material informático...

-Es cierto: nuestras instalaciones son, a veces, obsoletas, y estamos haciendo grandes esfuerzos para resolver ese problema. Hemos instalado accesos informáticos en numerosos sectores de la universidad y hay varias salas con computadoras. Pero queda mucho por hacer. En cuanto a la biblioteca, déjeme decirle que los alumnos han dejado de leer. Naturalmente, hablo siempre de los dos primeros años de estudios. Los jóvenes no leen libros. Y no es por falta de medios: las dos librerías que venden cómics y DVD al lado de la Sorbona tienen colas interminables de chicos que esperan para comprar. Le vuelvo a repetir: la escuela primaria y secundaria francesa produce gran cantidad de gente que no está técnicamente preparada para los estudios universitarios. Es imprescindible hacer algo al respecto.

-Varias grandes universidades están pensando en exportar su savoir faire y abrir filiales en el extranjero. ¿Está de acuerdo con esas nuevas experiencias?

-Naturalmente. Justamente, estamos haciendo algo similar en Grecia. También hemos sido contactados por Emiratos Arabes Unidos para hacer algo parecido.

-Esto sería una excelente idea para nosotros. ¿Estaría dispuesto a instalar una Sorbona en la Argentina?

-Totalmente dispuesto, siempre y cuando tuviéramos la financiación necesaria. Esas son operaciones muy costosas y, lógicamente, nuestra prioridad es hacer funcionar esta casa correctamente. Pero el sistema nos parece excelente. Varias son las universidades norteamericanas que ya tienen una sucursal, por llamarla de algún modo, en París.

-Decía usted que uno de sus objetivos es demostrar que la Sorbona no es sólo la cocotte de la república. Sin embargo, hay que reconocer que para las sociedades actuales, un investigador como usted, geógrafo del gusto, que invierte cinco años estudiando \"la geografía del bacalao seco en el mundo\", puede ser interpretado como una especie de esnobismo fútil.

-Y bien, no es así. Yo estoy convencido de que lo que hacemos en la Sorbona es fundamental para la humanidad, para poder darle otros horizontes. Una vida consagrada al estudio del punto y coma en la obra de Proust, diez años a comprender por qué hay pueblos que beben frío y otros que beben caliente, veinte a observar el itinerario de las golondrinas... La búsqueda apasionada de lo inútil es absolutamente esencial para la existencia de la humanidad. Nosotros somos los poetas del saber.

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