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UNO: Domingo 24: Opinión: Los médicos y la caída de los pedestales

Un destacado profesional de la medicina analiza integralmente el problema de la cantidad y calidad de sus colegas, tema muy debatido en los últimos tiempos. Por Raúl Abaurre, Profesor Consulto Facultad de Ciencias Médicas de la UNCuyo

25 de octubre de 2004, 11:17.

Hace unos días apareció en el Diario UNO un escrito del editor con un título similar a éste refiriéndose a los médicos que, como es de público conocimiento, están en el banquillo de los acusados siendo juzgados por los distintos sectores de la sociedad. En realidad lo de la caída de los pedestales debería hacerse extensivo a la mayor parte de los estratos de la sociedad. Hace 5O años eran muchos los bustos que se podían colocar en pedestales. Pero la sociedad no siempre se inspiró en esos ejemplos. La pérdida de los valores sociales ha causado una decadencia progresiva y un resurgimiento casi virulento de la corrupción.

Discépolo percibió en Cambalache ese camino, hoy los bustos han sido remplazados por los nuevos fetiches que se encuentran en el deporte, la política, la televisión, la música y en cualquier escenario donde se jerarquiza el exitismo y el hedonismo. Qué se puede esperar si Dios parece haberse convertido en una etiqueta social.

Luego de ésta introducción que me parece necesaria, volvamos al tema central: “los médicos”. Que sí son muchos, sobrepasan las necesidades de la población y cada vez tienen una formación más deficiente. El ministro de Salud de la Nación y asesores de Salud de la Provincia así lo aseveran. El fenómeno no les debería causar tanto asombro, era previsible, es el resultado de la falta de visión, permisividad y la falta de valorización de la educación y la salud por quienes han gobernado durante muchos años.

En las universidades estatales, en el caso específico de la Facultad de Medicina, desde su creación en el año 1951 existió un cupo y ciertas exigencias para el ingreso, primero fue el promedio del ciclo secundario y más tarde un examen. Cabe destacar que el examen además de ser una exigencia está evidenciando una dura realidad: los bachilleres no tienen la formación suficiente para ingresar a la universidad. Esto ha dado lugar a la proliferación de academias que se encargan de preparar a los aspirantes para darles el nivel necesario. De paso no deja de ser un buen negocio.

Además de cupo es necesario aumentar las exigencias, la excelencia sólo se consigue con el esfuerzo. Hay que desterrar esa creencia gestada en nuestra sociedad de consumo de que estudiar es un divertimento. Estamos pagando el costo del facilismo, y sus resultados catastróficos se los puede apreciar en el nivel primario y secundario. Los estudiantes no han aprendido a pensar, no pueden interpretar los exámenes. Pensar significa indagar en profundidad, preguntarse los porqués y los cómo, es tener curiosidad, hacerse las preguntas necesarias para buscar la verdad. Así se desarrolla el método científico que es la base de la investigación. Pero cada día hay menos docentes que enseñen a aprender. El conocimiento ha quedado reducido a la información y a la erudición.

Es necesario, casi con el carácter de emergencia, crear un comité, ministerio o estructura que aglutine a todos los representantes biomédicos de la provincia, estatales y privados para que establezcan las normas de ingreso, el número, el perfil de profesionales que necesita la provincia y el país, las formas de acreditación periódicas, la formación del posgrado, la investigación, etcétera. Un ente similar debería existir a nivel nacional, como es el consejo federal en Estados Unidos que a su vez controla a todas las universidades del país.

No se puede seguir formando profesionales que el país no necesita. Eso es una estafa, una frustración muy traumática y difícil de recuperar, es condenarlos al subempleo, a salarios indecorosos, es provocar su desvalorización e invitar a conductas corruptas. Es la pérdida de la condición social. El médico pertenece intelectual, socialmente y por tradición a la clase media.

Hoy la globalización y los nuevos paradigmas económicos del mercado lo han transformado en una especie de proletariado más pobre y dependiente de economistas o simples inversores que manejan las mutuales, las prepagas y otras instituciones médicas.

Hoy la medicina está perdiendo su condición de ciencia humanística para transformarse en un proyecto comercial de rentabilidad y lucro. La economía debe preservar su rostro humano y ser sustentada por valores éticos.

Es necesario priorizar y aumentar el presupuesto en la investigación científica, postergar esta demanda hasta que se hayan resuelto los problemas políticos, económicos y sociales, es poner el carro delante de los caballos. La enseñanza superior y la investigación son condición necesaria y previa al desarrollo económico-social y no su consecuencia.

Para desarrollar la investigación las universidades deben tener más profesores con dedicación exclusiva. Esto significa dedicación total a las tareas docentes y de investigación, no significa horarios rígidos; lo fundamental es que haya una dedicación exclusiva psicológica. Por supuesto deben tener sueldos suficientes para vivir con comodidad y sin apremios económicos y que los liberen de preocupaciones que lo perturben en su tarea específica. Las mismas reglas que se invocan como privativas del Poder Judicial.

Si una persona es profesor, ejerce activamente su profesión y atiende otros cargos, incluyendo los políticos, dispondrá de poco tiempo para la universidad. Y ese poco tiempo tendrá que dedicarlo a la enseñanza. La cuota para la investigación es cero. Y cero la producción. Sus publicaciones se reducen a tratados, manuales, copias de trabajos y ahora al llenado de protocolos para los laboratorios de productos farmacéuticos, que por otra parte dejan muy buena renta. El doctor Bernardo Houssay decía que a la universidad la define la investigación y la creación de conocimiento. De otro modo sólo son colegios secundarios para emitir títulos.

Esto está ocurriendo con nuestras universidades donde la investigación se está extinguiendo, y algunas nacieron y viven sin investigación. Los buenos profesionales son mejores cuando se forman en un clima apropiado. Además las nuevas generaciones de profesionales deben ser preparadas a fondo en sus responsabilidades éticas.

La facultad de medicina emite un título académico y el ministerio habilita al médico para ejercer la profesión. Hoy los profesionales no están capacitados para ejercerla, deben hacer un ciclo de posgrado que complemente su formación, especialmente la parte práctica. La mejor formación de posgrado son las residencias médicas. No existe otro método que haya demostrado ser mejor, desde hace más de un siglo.

Las residencias duran tres o cuatro años y consisten en un trabajo con dedicación exclusiva, de responsabilidades progresivas, supervisado y programado.

Las residencias se iniciaron en Mendoza en el año 1969 en el Hospital Central por iniciativa del doctor Rodolfo Muratorio Posse. La mención tiene carácter de homenaje. Personalmente me cupo el honor de acompañarlo a organizar el sistema. Las residencias han evolucionado con vaivenes de avances y retrocesos, que como todo cambio provocó reacciones favorables y adversas, detractores y panegiristas que aún hoy persisten porque el cambio dista de estar consolidado. Como fenómeno humano es comprensible, pero no aceptable. Comprensible porque las residencias han significado la erosión a una estructura obsoleta y burocrática.

Actualmente menos de 10% de los egresados accede a las residencias para completar su formación. Actualmente las residencias están atravesando una nueva crisis, pero lo mismo ocurre con la salud en general, con la educación, y lo más grave, con los valores éticos y morales del hombre. La crisis del hombre, como la economía, también están globalizadas. La medicina y la salud son una parte de ella, se necesitan nuevas ideas que dialoguen entre sí, en un clima de tolerancia, de comprensión, de solidaridad y de coherencias. Se necesitan ideas creadoras destinadas a mejorar la condición humana. Los médicos como parte de la sociedad tenemos probablemente más responsabilidades que el resto de los ciudadanos en rectificar los rumbos para revalorizar el sentido místico de la existencia.

Las épocas de crisis son un desafío para pensar y crear, para generar soluciones que estén a la altura de los tiempos, para renovar y revalorizar. La razón agonizó en muchas ocasiones de la historia, quedó maltrecha, pero siempre acudió a sus reservas y se recuperó saliendo al aire fresco de nuevos proyectos.

Pero, los médicos seguimos trabajando y poniendo firmas en varios lugares de trabajo, sin arraigo y dedicación en ninguno de ellos, como si no fuéramos capaces de trabajar en un régimen de racionalidad. La consecuencia es que los profesionales nos transformamos en rutinarios y la rutina asegura la pérdida de toda iniciativa, de todo pensamiento creativo, produce un estado de hartazgo, de indiferencia y de chatura científica y espiritual.

Si los hospitales tuviesen una organización de trabajo de tiempo más prolongado y profesionales con mayor dedicación se beneficiarían no sólo los pacientes sino también los estudiantes, que estarían en contacto con docentes que desarrollarían todas sus actividades en la misma institución.

El gran desafío del futuro será integrar y armonizar en un marco de gran comprensión y de solidaridad social, un proyecto que modere las ambiciones de los economistas, del complejo técnico-industrial y farmacéutico, que preserve la calidad, la libertad y dignidad de los médicos y en el que el hombre sano o enfermo siga siendo el objetivo más valioso del sistema. “La medicina es el arte de amar al prójimo con la ciencia necesaria para poder hacerlo”, definía el doctor José Burucúa.

Concluyo adhiriendo a un pensamiento de Víctor Frank, en su libro La idea psicológica del hombre dice que uno no se realiza sólo por el hecho de calmar o satisfacer una necesidad personal sino también por el placer de la entrega a un ideal, por sentir que uno trasciende de sí mismo y obedece a un llamado de solidaridad.

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