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Página 12: Sin rector ni vice, asume el más decano

La UBA no pudo elegir nuevo vicerrector y hoy quedará a cargo del rectorado el decano de mayor edad, Alfredo Buzzi. El titular de Medicina, que apoyaba la candidatura de Alterini, dijo ayer que será neutral y buscará el consenso.

16 de mayo de 2006, 13:15.

Por Javier Lorca
Por primera vez en su historia, la Universidad de Buenos Aires queda a cargo del decano de mayor edad –Alfredo Buzzi, de Medicina– ante la ausencia de un rector y un vicerrector electos. Es que, después de cuatro intentos fracasados de elegir a un titular del rectorado, ayer se sumó una quinta frustración cuando otra protesta estudiantil impidió la designación de un vicerrector. Entre gritos, cantitos, insultos y tumultos, debió suspenderse la primera sesión del nuevo Consejo Superior de la UBA, el órgano de cogobierno que integran los representantes de profesores, graduados y alumnos elegidos en marzo. El bloque mayoritario de radicales, peronistas y aliados pensaba nombrar a Aníbal Franco en lugar de Berardo Dujovne, cuyo mandato como vicerrector venció anoche. Antes de asumir, Buzzi anunció su “absoluta neutralidad” y su compromiso a no expresar “apoyo o rechazo a cualquiera de los candidatos a rector”. Toda una definición, ya que hasta ahora integraba el bloque que sostiene la postulación como rector de Atilio Alterini, cuestionado por su paso como funcionario porteño durante la dictadura.
 
La sesión estaba convocada a las 9 en la sede del rectorado, en Viamonte y Reconquista. A esa misma hora había convocado la FUBA a los estudiantes y allí estaban, con banderas y carteles de las facultades y de agrupaciones de izquierda e independientes: PO, MST, CEPA (PCR), PTS, Libres del Sur y otras. “Estudiantes contra Alterini”, decía el cartel más grande. Nucleados en la FUBA de los Estudiantes, también se habían movilizado, aunque en menor número, alumnos opositores a la izquierda que conduce la federación. La sala del consejo estaba colmada y en breve lo estaría todavía más. Aun cuando los no docentes del gremio Apuba habían decidido no participar de la sesión para “contribuir a la distensión del clima de conflicto”, después de que hace dos semanas sus dirigentes protagonizaran una gresca con alumnos frente a la Facultad de Medicina.
 
“Exigimos que como primer punto el consejo trate la separación de los patoteros que golpearon a los estudiantes el 2 de mayo”, planteó de entrada Santiago Gima, consejero por la minoría estudiantil. “Tenemos un orden del día”, apuntó Dujovne, titular del consejo. “Eso se va a tratar en el momento que corresponda”, respondió a los alumnos el decano de Veterinarias, Rubén Hallú, que intentó sin suerte introducir una moción de orden para que se eligiera al vicerrector. “Están locos si pretenden que sigamos conviviendo en la universidad con estos matones”, dijo el consejero alumno Martín Bustamante. La cuestión reclamada por los estudiantes no figuraba en el temario y la resistencia de los consejeros a modificarlo desató la primera tanda de cantos e insultos. “Son todos fachos”, aulló una estudiante trepada a la silla de un consejero. “Con los huesos de Alterini, vamos a hacer una escalera, para que a la universidad, pueda entrar la clase obrera”, cantaron a voz en cuello.
 
Cuando los consejeros amagaron con votar, el griterío se multiplicó. El vicerrector Dujovne se levantó y, atravesando la masa de alumnos que rodeaba al consejo, dejó la sala. Pronto lo siguieron los decanos Buzzi y Alterini. La tensión llegó al máximo y se hizo evidente que la sesión no iba a poder seguir. Pero, como nadie lo había oficializado, la mayoría de los consejeros mantenía sus lugares. Por su edad, quedó a cargo del cuerpo el decano de Farmacia, Alberto Boveris: “Propongo que pasemos a un cuarto intermedio para ordenar el debate”, dijo. La respuesta fue terminante: “O votan ahora la expulsión de los agentes identificados como agresores y se investiga la responsabilidad de las autoridades como autores intelectuales de la agresión, o esta sesión no sigue”, avisó Agustín Vanella, también consejero alumno. Algunos trabajadores de la universidad, opositores a la conducción de Apuba, sumaron su pedido de separación “de los patoteros”: “Los no docentes no somos todos iguales”, repetían, mientras, como fondo, los estudiantes se gritaban con los graduados radicales. Para entonces, el desmadre era ya general. Megáfono en mano, unos cuantos alumnos comenzaron a seguir a algunos decanos y a realizar una suerte de escraches. Pasadas las 12, Boveris dio por suspendida la caótica sesión. Horas después, el bloque de radicales, peronistas y aliados que tiene mayoría de consejeros acusó a “partidos políticos ajenos a la universidad” por el conflicto, ratificó la candidatura de Alterini y consideró que en breve deberá convocarse una nueva sesión del consejo pero “con acceso restringido”. “Un grupo minoritario y violento impidió la sesión y está poniendo en riesgo la vida institucional de la UBA”, dijo a este diario Boveris. “La situación fue muy grave, hubo empujones, insultos.” Aníbal Franco, consejero profesor y quien ayer iba a ser designado vicerrector, explicó a Página/12: “Todos creemos que los hechos ocurridos en Medicina deben castigarse. Incluso íbamos a pedir que se separara a los no docentes mientras se realizan los sumarios ya iniciados. Pero los estudiantes querían tratar ese punto y nada más”.
 
A esa altura ya estaba confirmado que el decano de mayor edad, es decir, el tercero en el orden de sucesión previsto por el estatuto universitario, deberá hacerse cargo del rectorado. Así, hoy asumirá la función Alfredo Buzzi, profesor emérito y decano de Medicina. “La UBA llegó a un conflicto de proporciones inusitadas y mi propósito es poner en marcha las distintas comisiones de trabajo, hablar con los decanos y convocar a un consenso para que no se repitan los hechos que vivimos”, dijo Buzzi. Pero su principal definición (“mi posición será de absoluta neutralidad”) dejó en claro que Medicina está cada vez más lejos de sostener la candidatura del decano de Derecho, de la que ya se habían distanciado los consejeros estudiantiles de la facultad. En principio, Buzzi intentaría comandar la transición hacia la realización de una asamblea que pueda elegir rector. Para hoy ya convocó a reuniones con los decanos y los consejeros de todos los claustros.
 
El distanciamiento de Buzzi generó malestar en el bloque mayoritario, tanto entre los más férreos radicales sostenedores de la postulación de Alterini como entre los sectores peronistas que ayer aspiraban a ver a Franco como vicerrector. “No tienen posibilidades de gobernar solos, nuestro bloque sigue siendo mayoritario”, comentaban en forma confidencial. En el mismo registro, en Medicina evaluaban: “Estamos entre dos fundamentalismos: los troskos y los alterinistas. Vamos a proponer una salida de consenso y, si no la quieren, nos abriremos y que arreglen el problema o se terminen de inmolar”.
 
La sucesión y los secretarios (...)
 
OPINION
La candidatura al rectorado
  
Caza de brujas, así se denomina la estructuración de la modalidad de poder que encuentra su fundamento en la persecución al diferente. La caza de brujas estigmatiza a las personas por lo que presuntamente son, no por sus responsabilidades según sus actos. Implica también marcar a alguien por su pasado, ignorando su devenir posterior y su presente. La “caza de brujas”, entonces, remite al despojamiento de los derechos de sus destinatarios. Se tiene derecho a habitar un territorio, estudiar o trabajar. Se tiene derecho a postularse como candidato a un cargo legislativo. Por ejemplo, Patti ejerció su derecho a ser elegido como parlamentario. Cuando se lo cuestiona como diputado, no se le niegan sus derechos a postularse, pero sí a ser designado, debido a la naturaleza singular del crimen contra la humanidad, que desgarra cualquier trama normativa. El cuestionamiento podría haberse extendido por lo tanto también al derecho a postularse. El candidato a rector de la Universidad de Buenos Aires no es Patti. Sin embargo, aunque el derecho a postularse para rector de la UBA tiene vigencia, no hay obligación de admitir a determinado candidato por sobre ciertas condiciones morales que problematizan los tiempos posdictatoriales.
 
La discordia surge cuando el número adopta una elección objetable moralmente por una minoría. Se plantea uno de los límites de la democracia representativa, que no son pocos. Si la mayoría no aprecia el juicio moral de la minoría se produce un conflicto que no tiene necesariamente solución apelando a las normas. Requiere otras vías de diálogo o de confrontación, en la medida en que una minoría presenta su convicción moral ante el derecho formal de las mayorías. No admitir la posibilidad de un diferendo de esta naturaleza implica en última instancia una renuncia a luchar por la democracia en situaciones límite.
 
En el caso del rectorado de la UBA, lo que se impugna es un candidato tan mediocre desde el punto de vista de una ética civil posdictatorial. No se lo cuestiona como decano de su facultad (aunque en el transcurso del conflicto se llegó también a eso). Es cierto que resulta difícil establecer el límite de lo exigible moralmente a las generaciones que convivimos con el horror. En todo caso habría que discutir ese límite. Claro que no se trata de categorizar sólo a los perpetradores, a quienes hicieron el trabajo sucio, porque si pudieron hacerlo fue por complicidades y concurrencias sin las cuales el horror no hubiera podido tener lugar. Claro que no podríamos imaginar un dispositivo de pureza moral que determinara las inocencias y culpabilidades de aquellas generaciones.
 
Sin embargo, hay responsabilidades, y haber participado tanto en el Estado como fuera de él en un sinnúmero de posiciones y actitudes supone la posibilidad y la necesidad latente de que se presenten los respectivos reclamos. Una condición esencial para evitar la “caza de brujas”, riesgo cierto de una discusión semejante, es eludir el pasado como única referencia de la calificación ético-política de candidatos para funciones o tareas de gran responsabilidad civil. Ya que es el conjunto de una trayectoria lo que se debe considerar. No es lo que hizo o dejó de hacer el candidato en la dictadura lo único que importa, ni tan siquiera lo que hizo o dejó de hacer en las décadas siguientes, sino también el modo en que responde a las demandas por su pasado: eso es lo insatisfactorio que fue deteriorando aún más su posición, porque respondió con argumentos formales y leguleyos, rehusó la discusión de fondo, tanto sobre la dictadura como sobre su talante político universitario clientelar y viscoso. Se tornó indefendible por esas razones y no sólo por su pasado en la dictadura.
 
Los argumentos que organizan taxonomías y paralelismos son falaces y triviales por dos razones: otros que han atravesado eventualmente un pasado similar superaron y desmintieron más que de sobra cualquier mácula con su sola trayectoria. Es el caso de algunos ejemplos que se suelen dar con lo que a fin de cuentas redunda en mala fe. Se señalan figuras políticas intachables –en este sentido–, de líderes republicanos o demócratas que no ameritan ponerse en tela de juicio. Es al contrario: algunos de quienes profieren sus nombres no aprecian sus trayectorias posteriores, y se solazan en señalar como contradicciones circunstancias biográficas que en esas personas terminan siendo accidentales.
 
El tema aquí es que todos aquellos que fuimos adultos en la dictadura tenemos frente a nosotros un interrogante sobre nuestros comportamientos contemporáneos a la dictadura y a la posdictadura. Cada uno de nosotros enfrenta esa pregunta y se encuentra en condiciones de dar testimonio de su circunstancia ética. No aparecen estas preocupaciones en el discurso del candidato, mientras otros que son comparados con él ocupan la vanguardia en las respuestas a tales cuestiones lacerantes.
 
Si de defender la formalidad o los tiempos institucionales se trata, sea, pero no se menoscabe por ello una cuestión de fondo tan sensible y delicada, ni aun por la defensa oportunista y torpe que algunos de sus impulsores ejercen. Se trata de poner en tela de juicio la candidatura a un cargo, el del rector de la UBA, que por convención, costumbre o tradición se inviste de un aura y un simbolismo hacia los cuales no ofrece hospitalidad la figura de Alterini.
Por Alejandro Kaufman, Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
 
OPINION
Rebelión
 
En Francia los estudiantes ocupan la universidad para movilizar fuerzas contra la servidumbre laboral que propone la autoridad. En Argentina la burocracia sindical golpea estudiantes rebeldes y toma facultades para declarar a una futura autoridad su servidumbre. Pero la manifestación de poder gangsteril no refleja la situación de la UBA ni es el final del movimiento por la reforma, fue una punitiva respuesta al comienzo de una rebelión estudiantil que espabiló la vida universitaria alienada en el profesionalismo y narcotizada de mediocridad. Después del coma cultural y científico que lleva 3 décadas, la UBA dio señales de vida. La rebelión estudiantil no es la crisis de la universidad, es el comienzo de solución a su crisis. Es erróneo reducir la interpretación de la lucha por la reforma a la patoteada o al vergonzoso espectáculo de cinismo que dieron el jefe de la patota con el favorito a rector. Se quiere hacer creer que la crisis es el conflicto entre una mayoría a la que se le niega el trono y una minoría de alumnos marxistas que cierran el camino con métodos violentos. Tampoco la crisis es simplemente la queja que suscita el pasado de un candidato; lo mismo puede decirse de las escolásticas justificaciones que se hacen valer para recomponer su idoneidad, aunque salte a la vista, por la fuerza de los hechos, lo común que tiene la crítica del pasado con la crítica del presente. No deja de ser cierto que si se repara en los impedimentos del favorito para ver en su real dimensión los hechos del pasado y los de hoy, una institución para saber no es el lugar para quien no puede ver. La rebelión que ha comenzado quiere que una nueva constitución de la universidad no sea otra de las muchas barreras que dificultan la tarea pendiente de hacer verdaderamente humana la vida en el país. La crisis universitaria es el abismo que separa los estudios superiores de ese proyecto. La situación no tolerará otro De la Rúa en la universidad.
Por Alejandro Alagia, Profesor de Derecho (UBA).

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