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Los Andes-Domingo 31: Feria del Libro. Por José Luis Menéndez

Luego de la Feria Provincial del Libro que acaba de realizarse -con \"base operativa\" en la plaza Independencia- afloran, como es casi forzoso, diversas reflexiones. La primera, ciertamente, sobre su sentido. Según estudios hechos por la Universidad Nacional de Cuyo, el 52 por ciento de los jóvenes mendocinos de entre 15 y 24 años no concurre a ningún establecimiento educativo, y la provincia cuenta con 18 por ciento de analfabetismo.

01 de noviembre de 2004, 10:51.

De modo que, ante datos de tan dramática elocuencia, es importante discernir si una Feria de libros se programa al estilo de un mini-show propagandístico de circunstancias, o si está relacionada con planes que la instalen dentro de un eje y de un proyecto modificador. Dentro de tal enfoque, la perspectiva ha sido diferente, esta vez para bien. Con tibieza, con muchas cosas todavía \"en borrador\", pero ofreciendo, al menos conceptualmente, una aproximación a los desafíos que hoy enfrenta la educación popular.

Así, fuera de \"las luces\" feriales, durante las mañanas y la primera hora de las tardes, se llevaron a cabo gran cantidad de talleres para maestros, centros de irradiación de nuevos conceptos y elementos didácticos; se debatió sobre políticas educativas, con la presencia de la ministra mendocina del área, la rectora de la UNC y la destacada investigadora Adriana Puiggrós, ante un auditorio participativo que colmó el teatro Independencia; se presentó la segunda parte del programa \"Mendoza lee y cosecha\", aportando nuevos materiales para la promoción de la lectura en las escuelas; y hasta se abordaron temas muy sensibles, como las exigencias éticas de la literatura juvenil. La muestra de Mendoza marcó, pues, un aparente cambio de tendencia con relación al concepto comercial y de mero pasatiempo \"culto\" que las desproporcionadas Ferias porteñas irradian al país.

En el plano de las realizaciones paralelas, se vivieron varios actos de lujo, como los producidos alrededor del profesor e historiador Luis Alberto Romero, en su presentación del libro \"La Nación Argentina en los textos escolares\"; del escritor mendocino Rolando Concatti, quien con el pretexto de referirse a un libro de Rubén Dri sobre el Evangelio de Marcos, brindó una clase maestra sobre la actualidad de varias narraciones bíblicas; o de Roberto Cossa, reivindicando lo que el teatro aporta como ejercicio de la rebeldía, o como agente vital de transmisión de ideas, una y otra vez, de puesta en puesta, siempre igual y siempre diferente, al estilo que lo hace, \"de cama en cama -según sus propios términos-, una ramera laboriosa\"; o de Angélica Gorodischner, cuyas \"palabras para contar la vida\" tuvieron efectos deslumbrantes: \"Tal vez la fantasía (de una narración) sea tan atractiva porque es necesaria. Tal vez porque, me pregunto, sin la fantasía ¿habría lenguaje? Cuando allá en el intrincado tejido del árbol de la humanidad alguien dijo la primera palabra, ¿qué fue lo que nombró? Nunca vamos a poder decirlo pero con seguridad que no fue un inventario de carneros sino un deseo, una invención, el ansia que aún nos mueve, de hacer pie en el mundo que vemos para viajar hacia lo inexplicable.\"

Hubo otro momento, que posiblemente exceda la alegría de una vivencia personal, y que puso (o al menos gestó la conjetura de) un verdadero toque de distinción en esta Feria. Una especie de prueba de que, cuando las propuestas soy atrayentes y se insertan en una buena organización, el público responde. Es decir, hay gente inquieta para todo. El hecho es este: en una de las jornadas, la periodista chilena Patricia Verdugo recordaba ante una enorme concurrencia reunida en la carpa \"Américo Calí\", los sucesos que se vivieron en su país bajo el gobierno de Augusto Pinochet, conocidos como \"la caravana de la muerte\". Y exactamente a la misma hora, a pocos metros, en la sala del teatro Quintanilla, también colmada, Liliana Bodoc y Sandra Comino se sumaban al debate sobre la ética en la literatura -lo que hacían, además, con detallada firmeza-. Comino, por ejemplo, transmitía entre otras cosas sus dudas sobre las libertades de un creador actual. \"Hasta qué punto -se preguntaba- un escritor que hoy se rinda ante las exigencias del mercado como antes se lo hacía ante los mecenas de turno, ejerce de veras un trabajo libre?\" Bodoc, por su parte, sostenía: \"Lo único que tiene un escritor para luchar contra la propaganda televisiva y los mensajes del mercadeo cultural son sus palabras. Así que debe elegirlas y utilizarlas con mucho rigor.\" Pero entre esos dichos y los de Patricia Verdugo, apenas separados por una fuente de agua y una escultura de Molinelli, se había producido, en los cientos de personas congregadas, lo más importante de todo, una confluencia que previamente parecía impensable.

¿Pero, finalmente, del libro qué? Ese objeto pequeño, manso, luminoso, volador, apasionado, imprevisible, ¿adónde estaba? Otra vez encallado entre góndolas frías, inmóvil frente al ojo de paseantes confusos. En todo caso, lejos de la curiosidad devoradora, del manoseo feliz, de los descubrimientos personales que le ponen la última palabra a una trama anterior, a veces muy antigua, que muy difícilmente, en una clima de mucha luz, altos costos, miradas veloces, y hasta molestos apretones, hallen su destinatario. Aunque, claro, eso ya sería tema de otra Feria. Y de otra concepción, más amatoria y más gozosa, del personaje que debiera ser el centro de la escena.

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